domingo, 28 de abril de 2013

El curioso caso de la música y su ausencia en telebasura


Numerosas son las fórmulas que se han empleado en televisión para el enriquecimiento efectivo de lo que viene a ser la economización de los recursos centrada en la psique humana. No es demasiado atrevido decir que los publicistas son los psicólogos del mal, pues no hay personas que consigan tan rotundamente comprender y controlar los designios de una sociedad para explotarlos a su favor. El publicista es un despreciable cabrón que intenta vender un producto abusando de la voluntad humana mediante el engaño y la distracción. Son los nuevos trileros, que saltaron de las calles a los despachos y rechazaron el enfrentamiento visual. Ahora en vez de preguntar dónde está la bolita preguntan por qué no eres el dueño de un producto. Ya no juegan a la destreza visual, te enseñan a mirar.

Opino que los grandes trileros han llegado a la televisión conquistando al público por la sorpresa. Aprovechan el “¡oh!” exclamado sin fundamento a través de la fascinación visual. Y lo más deleznable es como han conseguido pervertir las manifestaciones artísticas, excepto, y bajo mi punto de vista, una, la música.

Os hablo de un programa X de talentos en el que cualquier tarado trata de ganarse al público con alguna dote fuera de lo común ya sea un tragasables, un bailarín de break-dance, o un hombre bailando sevillanas con perritos lulú a dos patas. La tónica general de estos programas se basa en coger a 20 frikis, darles la oportunidad de que mucha gente los vea hacer el gilipollas y prostituirlos en pantalla. Las aptitudes intelectuales de los encargados de reírse de ellos (el jurado) son cuanto menos discutibles, pero al fin y al cabo están ahí para eso, para señalar el error y, esgrimiendo orgullosos una falta de escrúpulos completa, insultar al “artista” fingiéndose avergonzados. La técnica es así de sencilla, igual que el trilero engancha al jugador viendo perder cantidades ingentes de dinero a un compinche, en estos programas el telespectador pica el anzuelo por la puesta en ridículo de personas que presumen inferiores a él, y es cuando toman parte en este circo. Y como buen circo que es, ha de ser de variedades. Uno no solo puede entretenerse viendo a un elenco de idiotas sometidos a balonazos en la entrepierna, pues hasta el malvado espectador es capaz de juzgarse a sí mismo y sentirse mal. Es aquí donde entra el factor del ridículo más espantoso, el factor talento. 

Hablábamos de la falta de escrúpulos de productores y público, pero si alguien puede provocar la vergüenza ajena verdadera, estos son los artistas que van a publicitarse en estas factorías. Desconozco las motivaciones de las personas con un don para llegar a estos lugares, pero lo que sí puedo ver es cómo esa gente sirve de vara de iridio y platino para establecer las distancias entre el friki y el dotado. Son el medio que tienen los productores de someter al espectador a un dilema interno en el cual, ingenuo y confuso se pregunta: “¿Por qué este friki ha llegado aquí habiendo pedazo de artistas? ¿Por qué ha pasado a la siguiente ronda si es mucho peor que ese domador de crustáceos parapléjicos?” Y es que esos artistas son el otro gancho de los programas donde no se divulga el arte, ni el virtuosismo, donde la gente con don es tan ingenua como el idiota, y queda a veces más en ridículo que un catedrático de silbo gomero.

Si tengo que señalar a esos idiotas que en apariencia no lo son, podríamos hablar de malabaristas, de bailarines, de contorsionistas, y sobre todo del cáncer de los cantantes (véanse lacras como OT o Factor X). Este último grupo es el más despreciable y mediático hoy en día. Estos aduladores de su propio templo parasitan todos estos escenarios buscando una oportunidad con alguna gran casa discográfica. “Si salgo en telecirco en prime time cantando sin bragas, Virgin Records me firmará un contrato por 30 años” piensan. Pero lo único que ocurre es que dos viejas en la mecedora de sus casas sacan el pañuelo para secarse las lágrimas de la emoción de oir cantar “Como una ola” a una chiquita de 10 años, o tres indies con problemas circulatorios en los tobillos (víctimas de la moda del pitillo que no se fuma) se empalman descubriendo a una tía pechugona a la que adorar durante un par de horas porque ha cantando “Cigarettes” de Russian Red (de una forma más soporífera si cabe) con un timple canario.

Y es que viendo como Risto Mejide se mofa de un chaval que canta “Al alba” de Luis Eduardo Aute (hermosa canción que homenajea a los muertos en la Guerra Civil española), y le dice que les hace perder el tiempo y quita la meravigliosa oportunidad a los pudientes, viendo como ya no se oculta y le revela al público la estrategia y lo que ha de pensar, servidor se pregunta, “¡La cona! Si no vi a nadie tocar un bombardino o pegarle fuego a una stratocaster”. Y es que el músico virtuoso, que no tiene por qué ser el que más notas por segundo toque, no tiene cabida ni la tendrá. Porque no es espectacular, porque no cantan, porque para apreciarlo hay que conocer, porque no son tan idiotas de dejar que 3 impresentables lo apaleen cual piñata en un cumpleaños de trogloditas. ¿Y saben qué?, mejor. Que le dejen al melómano decidir quien vale y quién no vale para amenizar sus tardes y mañanas, que le dejen apreciar su talento aunque estén sentados en una silla y el movimiento más brusco sea el de su pie marcando el tempo. Porque nosotros bien sabemos que quien vale no le gana a un flautista nasal escupiendo fuego en un escenario, le gana en el escenario improvisado de un bar erizando la piel de los presentes hasta doler.


Por Conde Chócula (Aresti)

5 comentarios:

  1. Muy bien explicado y clarito, sigue asi eres un crac redactando.¡Mucho ojito con Aute,...

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  2. Qué gustazo leer algo así. Muy buen artículo :)

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  3. Estoy totalmente de acuerdo con lo que planteás, lo único que agregaría es que a mi ante estas situaciones se me plantea el dilema del huevo o la gallina.

    No se si la gente consume este tipo de mierda porque se la imponen o porque la demanda. De todas formas lo importante es que sirven de muy poco y no aportan demasiado a la músico. Por el contrario crean autómatas y artistas de plástico.

    Un saludo

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    Respuestas
    1. Seguro que esta historia empezó con un señor tocando el banjo en algún circo. O quizá el señor tocaba el banjo en la puerta de su casa y fueron a reirse de él, y luego lo llevaron al circo. Espero que nunca te lleves a un grupo de banjos ridículos a grabarlo en tu estudio para forrarte jeje

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