sábado, 14 de diciembre de 2013

El Holocausto del látigo


 Por Rafael Belchí
Por Rafael Belchí
Por Rafael Belchí


En el mundo occidental que tanto nos gusta, estamos acostumbrados a gozar de las mieles de la vida, a campar a nuestras anchas, a pesar de que los que nos gobiernan se empeñan en poner trabas a nuestro día a día. Pero aunque vivamos en democracias corruptas que se nutren del bolsillo del contribuyente, por lo menos podemos ir de un sitio a otro sin que alguien que se crea dueño de nuestras vidas y nuestras carnes, que al fin y al cabo es lo único que el hombre posee realmente, nos fustigue día sí día también si no seguimos sus designios, por la gracia de Dios. Esta situación es algo realmente indignante que sigue existiendo en algunos lugares del mundo, aunque las grandes empresas multinacionales lo llamen empleo. Pero eso será carne de otro artículo.

La historia de un hombre negro, Solomon, que en el Estados Unidos de 1840, era libre, vivía en el Norte, con familia, hijos y situación acomodada, que un día es engañado por hombres blancos que le drogan y venden a un esclavista, es el terrible punto de partida de 12 años de esclavitud, la nueva película de Steve McQueen. No me estoy refiriendo al malogrado guaperas de La gran evasión, sino a un señor negro que se ha destapado como un creador de historias tan desgarradoras como Hunger y Shame, en las que sus protagonistas han vivido situaciones límite, tanto físicas como psicológicas, y como no iba a ser menos en su tercer largometraje, se propone contarnos esta historia.

Asistimos con dureza a la odisea de Solomon a través de los campos sureños, su tratamiento tanto con los esclavistas (unos más malnacidos que otros) y sus camaradas latigueados por los monstruos que les separan de sus hijos y que les impiden vivir. Todo esto está contado de una manera notable, con algunas escenas realmente sobrecogedoras por su realismo, con un nivel de producción muy detallista que te acerca muy fielmente a cómo debía vivir esa gente, o más bien a cómo sufría. No obstante, el poderío visual de McQueen, que hacía claramente diferenciables sus anteriores trabajos, se ha resentido, no sé si para acceder a un público mayor o porque así ha querido contar su película. Pero también se ha extraviado en parte la emoción y tragedia que tan bien sabe transmitir este hombre, supongo por el respeto que le tendrá a la historia, porque todo lo que ves te implica, pero no llega realmente a conmover. En cualquier caso, estamos ante un producto muy necesario y revelador, acerca de lo que el ser humano ha hecho y puede llegar a hacer, y la consolidación de un director que bien puede aspirar a ser de los grandes del cine contemporáneo.

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