Es la BUM 2013,
las cogorzas universitarias se pagan 10 a 1, los estudiantes se olvidan de sus
padres y se ajustan los pitillos, aquellas chicas les miran impregnando su
carmín calada tras calada. Hace frío, piensan: ¿quién nos calienta? Las luces
anulares que Editors monta en su
escenario nos advierten de que vamos a ser diseccionados. Los que tienen se
ajustan las pastas a la cabeza. Suena el
primer tema; sabemos que nos queda hora y media para volver a abrocharnos todos
los botones de la camisa.
En un escenario sumido en la oscuridad 5 focos nos
acojonan junto con los tritonos sintetizados de The Weight. Me tiemblan las canillas. ¿Y esos coros melódicos del final? Como el concierto siga así o me
lo hago encima o me duermo. Saco valor, aplaudo, estamos en el siguiente tema y
la batería es un trueno. Tom Smith contonea cada palabra que
sale por su boca, levanta la mano en tensión shakesperiana, la retuerce cual
flamenca, contorsiona sus piernas como un faquir, salta y empuña la peana del
micro convertida en florete. Es un Robert Plant sin el condimiento sexual.
Genial, sí, no se atraganta ni saltando de tres metros, pero sabemos que le falta algo, esa postproducción
que el directo no tiene. Es la sombra del Peter Murphy de Bauhaus, que oculta
sus carencias con la reverberación de su propia voz. A salvo queda la escena
para darle crédito a sus cambios de instrumento, porque el piano se toca, pero
también es un buen púlpito desde el que cantar. Casi más fue eso que un
instrumento con el que no supo emocionar, pero que si dejó en buen lugar el
tecladista oficial de la banda, Elliot Williams.
Y es que no estamos en las ventas, pero la plaza de toros
de Murcia suena a estadio olímpico. Un sonido limpio, pulcro y potente despeja
hasta el cielo encapotado. Estos Editors
no han venido a revolucionar nuestra ciudad. Casi ni se inmutan cuando tocan. Su
espectáculo lo dan los lanza-humos y los juegos de luces. Ellos ponen la potencia
y la rigurosidad. Una mezcla que aunque fría, es la ambición de muchos beginners. Quizá
la atención se pierda en esos largos delays que tanto caracterizan este estilo
y de los que ellos mismos no se desmarcan, porque para que un concierto sea
bueno no hay que dejar bucear al público en el onirismo de sus pensamientos.
Editors no ha venido a ofrecer más de lo mismo. Han
declarado sus intenciones, son un grupo joven pero maduro, rockero, alternativo
pero innovador lo que irónicamente ya está siendo difícil en este estilo.
Ofrecieron el espectáculo que se esperaba, y gracias a satanás, porque Dorian solo fue capaz de mover al
público cuando anunció sus temas más conocidos, no cuando los interpretó. El
alma mater fue su tecladista. Las guitarras tan solo meros adornos navideños de
un árbol seco que dio unos brotes verdes en un momento en el que
inesperadamente la psicodelia los invadió. Incluyeron en escena unas percusiones.
Guitarra y vocalista empuñaron unas baquetas y se liaron a mamporros con los
platillos, atisbando la energía que faltó en el resto del espectáculo. La composición es tan trivial que merece la pena apostar a cual será la sucesión de acordes. Con las
armonías corales lo intentaron, pero no hace falta conocer la discografía de The Beatles para darse cuenta de que les
falta un repaso y años de teoría musical.
Para un servidor, el misterio de conocer un grupo nuevo
se saldó con una noche que de otra manera hubiera sido lamentable. En mi agenda
faltaron Varry Brava y Baltazhar, quizá me arrepienta, pero el
viernes noche en Murcia no hizo falta mecanografiar más notas que las de Editors.
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