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Jerusalén en El reino de los cielos (2005) |
Curiosas son siempre las noticias que recibimos de la Santa Iglesia Católica. Normalmente se trata del Papa actual, Francisco I, dándose un baño de masas o pronunciando frases lapidarias (que si las dijese un obispo bien le valdrían la excomunión), los sonrojantes casos de corrupción y los abominables casos de abusos sobre niños por parte de sacerdotes, todo sea en nombre de Dios. No mucho más trascienden las noticias vaticanas a nuestro interés, o mejor dicho, al de los que nos informan, o apurando un poco más, al beneplácito de los que nos gobiernan: no me refiero a Rajoy, Soraya o Artur Mas, sino a los poderosos, a los mercados, al Banco Central Europeo, Emilio Botín y demás hijos de mala madre. Pero dejémonos de críticas gratuitas a esta farsa que es el panorama político, y vamos a lo que nos interesa.
Decía que poco más se sabe de la Iglesia actual, pero si cogemos el delorean y nos vamos a la Edad Media, la misma Iglesia era el árbitro de la Europa medieval. Bajo el consentimiento papal unos reinos podían destripar al vecino, pues bien se sabe que siempre ha habido mejores cristianos que otros, aquellos más dispuestos a dar rienda suelta al poderoso caballero. Pero la mayor muestra del poder que ejercía Roma sobre sus insignificantes súbditos fueron las Cruzadas, esa especie de eventos del facebook en los que se fijaba la ubicación en Tierra Santa, y a matar perros infieles, que para llegar al cielo bien vale la proclama de mariquita el último. El primero que llegue y se cargue a más enemigos sarracenos tendrá la salvación garantizada, bula papal mediante.
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Miniatura de la Primera Cruzada |
Este ilustre mandamás tenía una curiosa pugna con los Papas de aquel tiempo. Si bien en la Quinta Cruzada participó enviando unas pocas tropas, pues asuntos como mantener el control sobre Sicilia y arreglar la sucesión de su hijo le mantenían ocupado, Federico estaba, digámoslo suavemente, cogido por las pelotas. El Papa Honorio III había aceptado coronarlo Emperador en 1220 a cambio, entre otros sobornos y concesiones, de que éste liderara la que sería la Sexta Cruzada. Sin embargo, Federico nunca se mostró muy convencido de la expedición, pues no poseía una gran cantidad de tropas, o por lo menos no las necesarias para llevar a cabo tamaña empresa. En 1225 casó con Yolanda de Jerusalén, heredera del trono de la ciudad santa, aconteciendo que ese mismo año, por medio del recurrente ardid de la intriga palaciega, el entonces rey Juan de Brienne fuese depuesto, pasando la corona directamente a manos de Federico. Jerusalén tenía ya un rey cristiano, pero no de cuerpo presente.
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El Papa Gregorio IX |
Con apenas 4.000 hombres, Federico reconquistó la isla de Chipre, histórico enclave cruzado que en ese momento estaba abandonado a su suerte, y una vez en tierra firme, logró firmar un acuerdo de paz con el sultán Al-Kamil, enfrentado con los sirios y nada deseoso de abrir un nuevo frente por Occidente. Así, en el acuerdo, que seguramente sería de lo más civilizado que el mundo había visto entre estas dos e irreconciliables facciones religiosas, se reconocía la posesión cristiana de Belén, Nazaret y Jerusalén, salvo los lugares de culto musulmanes. Federico fue coronado en marzo de 1229 por su propia mano, pues al estar excomulgado no podía participar en ninguna ceremonia religiosa, ni recibir bendición alguna de los eclesiásticos.
El Papa, empezando a echar humillo por las orejas, declaró que estas acciones no tenían validez alguna como Cruzada, y liberó a todos los siervos de Federico de sus obligaciones en Tierra Santa. Además, organizó un ejército junto a los lombardos para conquistar Sicilia, enclave fundamental para ir y venir de Palestina, en manos de Federico en esos momentos. Ante esta situación y la constante pelea entre los barones de Federico en Tierra Santa, dejó a su hijo Conrado a manos del reino, y volvió decidido a guerrear con el Papa y sus huestes. No obstante, a partir de 1239 los musulmanes podían tomar Jerusalén por la fuerza tras finalizar el tratado, lo cual hicieron en el año 1244. Jerusalén nunca volvió a manos cristianas, pero durante unos pocos años Federico consiguió lo nunca visto: negociar con los musulmanes un tratado pacífico, y sin pegar un sólo mandoble, conseguir el control de la ciudad donde Cristo murió.
Otro precedente que sentó fue que ya no hacía falta una convocatoria papal para ir a Tierra Santa, pues si un rey despreciado por el Papa y doblemente excomulgado había hecho lo que hizo sin ayuda de Cristo, un rey en condiciones, sin pleitos con la Iglesia, podría llegar adonde quisiera. No obstante, esa barbaridad fanática que fueron las cruzadas, nos ayuda a ver que ese sentimiento, por desgracia, sigue estando en la cabeza de no pocos musulmanes, que no pocas veces han clamado venganza sobre los cristianos convocando jihads. Y que eso, ya no que ocurra, sino que siga estando en cabezas humanas, enseñadas dogmáticamente por otras cabezas igualmente humanas y (se supone) pensantes, da mucho miedo. Tanto o más que la ultraderecha francesa.
Pero esa es otra historia.
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