miércoles, 5 de junio de 2013

Jean-Baptiste Lully, el poseedor de la batuta asesina



A lo largo de la Historia se han visto muchos tipos de muertes de importantes personajes. Normalmente el que con sus actos ha escrito, para bien o para mal, las diferentes épocas sin las que sería imposible entender la actualidad, suele morir de enfermedad. Esto es obvio porque hasta los últimos cien años uno podía diñarla simplemente por salir a la calle sin paragüas, o intoxicado por los alimentos en mal estado que ha ido a comprar. Luego está ya el caso extremo de la Peste Negra o plagas similares, a las que sobrevivieron el Primo de Zumosol y cuatro gatos más.

También los hay quienes se van a criar malvas por gestos heroicos en combate. En las guerras se han visto todo tipo de estupideces: desde que un infeliz ponga su cuerpo como diana para las saetas enemigas o que a otro le venga en gana liderar misiones suicidas para defender la religión (señor Wert, no va por usted), hasta que a un señor le dé por matar indios como si fuesen chinches y que se lo acaben comiendo con las botas puestas. Sin embargo tampoco hace falta que nos vayamos a las guerras, antes a la gente se la cargaban por la calle tranquilamente. Eso de que uno salga a la calle como si nada, sin que la muerte le pueda estar merodeando en cualquier esquina es cosa de hace dos días, como aquel que dice, aunque todavía siguen habiendo atentados terroristas y barbaridades similares que nos tienen que mantener alerta. Porque sólo con estar en el lugar indicado, a la hora que no debías, y zas, todo se puede acabar.

Y como de muertes de gente ilustre (o no tanto) va la cosa, pocos ejemplos más curiosos, por lo extraño, se pueden rememorar en una conversación de barra de bar que el que sigue, un paradigma de la torpeza unido a la mala suerte, aderezado con un particular toque de música francesa.

Jean-Baptiste Lully fue un compositor afincado en el país de la Liberté, Egalité y Fraternité, aunque de origen italiano. En aquellos días reinaba en Francia Luis XIV, en cuya corte poco a poco fue ascendiendo llegando a convertirse en secretario del Rey Sol en 1681. Su buena relación con el monarca le valió, además de para ascender poltícamente como la espuma, para conseguir dominar el panorama musical de la época en el país galo, llegando incluso a ejercer un despotismo excesivo, con medidas como conseguir una orden real que limitaba el número de instrumentos y cantantes para todo compositor que quisiese realizar una obra, salvo permiso especial que concediera Lully.

Pero más allá de sus argucias palaciegas, de entre las que se encuentran un escándalo relacionado con la práctica de la sodomía, que gracias a la intervención de Luis XIV quedó en un mero rumor (aunque fue real, al parecer), ha pasado a la Historia como un gran compositor de la ópera francesa, creando las bautizadas por él como "Tragedias musicales", en las que mezclaba incluso ballet y textos literarios de hondo calado. No hay más que ver que Molière colaboró con él en la elaboración de varias obras. Además, su gusto por el ballet se debe a que inició su carrera como bailarín, forma de expresión a la que tenía un gran aprecio. De hecho algunas obras que se interpretaban para el rey e incluían ballet contaban con la interpretación del propio Lully.

Pero probablemente de la vida de este hombre lo más curioso fue la forma que tuvo de morir. Lully acostumbraba a dirigir las orquestas que ponían música a sus obras personalmente, y un buen día de 1687 la batuta se le escurrió de la mano, provocándole una espeluznante herida en su perfecta pierna de bailarín. Más de uno dirá: "Venga ya, ¿se le cae la batuta y le hiere la pierna? No me lo creo". La explicación reside en que en la época del Barroco los directores de orquesta lo que hacían era marcar el ritmo con una pesada barra de hierro que golpeaban contra el suelo, nada que ver con las batutas actuales, lo cual explica que un simple despiste dirigiendo te pudiese hacer la pierna gravilla.

El compositor, tozudo a más no poder, se negó a que le practicaran la amputación de su pierna, pues no quería dejar lo que más amaba: bailar. Así que al pobre hombre la gangrena le consumió hasta acabar con su vida, además lenta y dolorosamente como ocurre con este tipo de infecciones. A los 55 años murió elilustre compositor, por culpa de una pesada y asesina batuta. ¿Sería por barbaridades como ésta por lo que en el futuro se adoptaron palos de madera bastante más manejables? Quién sabe, lo que sí es seguro es que ese tema daria para rellenar otro artículo de esta bitácora.

Pero eso es otra historia.

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