miércoles, 27 de marzo de 2013

¿Quién era Carlos Martel?


Esta pregunta surge donde se crean las naciones: en los parques. Y es que un día definido más por el fresco que el calor, el bueno de Monsieur le Tupé decide hacerle una afable e inocente pregunta a Almaciguero Mayor, o séase, a mí, la cual aparte de nutrir el título de este artículo, va incluso a conseguir llenarlo con la respuesta de la misma. La respuesta a quién fue Carlos Martel no se encuentra en Juego de Tronos, pues si bien lleva el apellido de una de las casas que juegan al pilla pilla de intrigas palaciegas que tan de moda está, mucho más atractiva es la historia que estoy por relatar que la de Canción de hielo y fuego.

Este ilustre señor nace en el año 686 en Heristal (actual Herstal), situada en el reino de Austrasia (formado por parte de la Francia actual, además de parte de Alemania, Bélgica y Luxemburgo), fruto de una relación en pecado de su padre Pipino con una moza de buen ver. Es decir, Carlos fue hijo natural o bastardo a todos los efectos. Su padre era el Mayordomo de palacio del reino, y en los años anteriores había conseguido concentrar el poder efectivo de todos los francos sobre su persona, al haber derrotado a todos sus adversarios y reconocer al rey de forma meramente nominativa. Sin embargo, si el gobierno de Pipino fue espléndido, llegando a prácticamente someter media Alemania para beneficio de los reinos francos, su sucesión fue complicada, ya que sobrevivió a sus dos hijos legítimos Drogon y Grimaldo, quedando solamente Thiaud, un zagal de apenas 6 años, por lo que Carlos heredó el cargo de Mayordomo. Corría el año 714, y Carlos gozaba de 29 años de edad.

La cosa pintaba bien, pero rápidamente, y escudándose en la bastardía de Carlos, Plectruda, mujer de Pipino, instigó contra él para que el reino quedase en manos del chiquillo Thiaud (para ella, vamos) y mandó encarcelar a Carlos y asumió ella misma la regencia. Con el nuevo panorama que se presentó, los reinos francos vecinos que con mano dura habían sido bien dominados por Pipino, no aceptaron que les gobernase una mujer y se iniciaron rebeliones en Neustria (Normandía y centro de la actual Francia) en el año 715, a los que se sumaron los frisios, sajones e incluso brotes rebeldes aparecieron en la propia Austrasia. La sucesión de los acontecimientos y el caos imperante permitieron a Carlos salir de prisión, tomar el mando del ejército, y tras una derrota en Ratbodo en 716, pudo rehacerse y en 717, en Amblève y posteriormente en Vichy, logró acabar con los neustrianos y sus ansias de libertad.

Mapa de los reinos francos en la primera mitad del siglo VIII
Una vez pacificados los rebeldes y expulsados los sajones y frisios, Carlos obligó a Plectruda a otorgarle las riquezas de su padre y a reconocer un rey propuesto por él, que sería Clotario IV (como el agudo lector podrá observar, en esta época tan oscura los reyes eran meras marionetas en manos de los nobles) y él mismo se nombró Mayordomo de palacio. Además, depuso al obispo de Reims, Rigoberto, que se había opuesto a su mandato anteriormente. Entonces fue hora de recuperar el dominio sobre aquellos reinos que se habían rebelado a su autoridad. Uno a uno fueron cayendo inexorablemente. En primer lugar centró su atención en los sus vecinos de Neustria, que habían unido sus fuerzas a Aquitania. Carlos invadió Neustria y destrozó a su ejército en Soissons, hecho fundamental que hizo que tanto Aquitania como Neustria reconocieran la hegemonía de Austrasia, y por tanto de Carlos, sobre el resto de reinos francos. Sólo restaba vengarse de frisios y sajones, a los que Carlos a los mandos de su ejército pudo derrotar, con mayor resistencia por parte de los sajones, pero igualmente ambos reinos fueron incorporados a sus dominios sobre el 730.

Llegamos entonces al hecho que otorgaría a este personaje un reconocimiento en los libros de Historia: la invasión musulmana sobre los reinos francos. Tras la muerte de Mahoma en 632 los musulmanes se lanzaron a la expansión salvaje, construyendo el imperio más grande jamás visto desde los tiempos del Imperio Romano. Como bien es sabido, los omeyas llegaron a la Hispania visigoda en 711, matando en la batalla de Guadalete al que fuera el último rey visigodo, don Rodrigo. Entre 711 y 715 se hicieron con el control efectivo de toda la Península, salvo el norte, que fue 'heroicamente defendido' por don Pelayo, según los anales cristianos, pero lo que realmente ocurrió es que los musulmanes no tenían demasiada ambición por perder un solo hombre para conquistar las cuatro piedras cántabras y astúricas que allí había. De hecho, más allá del Sistema Central no había nada, prácticamente guarniciones fronterizas desde las que dirigir incursiones y poco más.

Avance de los musulmanes hasta Poitiers
El hecho es que, en su afán expansionista, el entonces gobernador de Al-Andalus, Abderramán, decidió atreverse en la conquista de los territorios allende los Pirineos, y decidió cruzarlos para darles palpelo a los francos. En 721 los árabes fueron derrotados en Toulouse, pero continuaron las incursiones y sobre 725 ya dominaban el suroeste galo, amenazando con entrar al centro de Francia y poner en jaque a toda Europa. Cómo no, tuvo que acudir Carlos, el Mayordomo franco por excelencia, al rescate.

Poco se sabe de la batalla que aconteció y en la que se decidió el destino de la Europa medieval, ni siquiera su localización exacta, aunque se cree que fue en las inmediaciones de Poitiers. Carlos Martel reunió todas las tropas que pudo, y dispuso a su ejército en posición defensiva para evitar la temible carga de los árabes. Huelga decir que el ejército franco estaba formado en su inmensa mayoría por tropas de infantería, mientras que los de Abderramán eran fundamentalmente caballería, por lo que la cosa pintaba mal para los francos.

Durante casi una semana ambos ejércitos estuvieron tanteándose con futiles escaramuzas, hasta que a Abderramán le entraron las prisas de tanto esperar y se decidió a cargar contra el ejército enemigo, dispuesto en formación de falange, esto es, filas de lanceros con armadura, estando los de las primeras filas con las lanzas en ristre y los del fondo, esperando para sustituir a los muertos de las primeras. Durante un día los musulmanes realizaron sucesivas cargas con el fin de romper la formación franca, sin resultado positivo alguno. En un momento de la batalla unas pocas tropas musulmanas empezaron a retirarse al ver que no iban a ganar, y esa huida esporádica se convirtió en desbandada general hacia el campamento. Abderramán, en medio de la refriega, intentó reagrupar a sus hombres, pero quedó abandonado a su suerte, y fue rodeado por los cristianos, que acabaron con su vida.

Al anochecer, el Mayordomo Carlos no quiso atacar el campamento musulmán por miedo a un posible descontrol de la situación, y esperó a la mañana siguiente. Al amanecer, puso a sus hombres a formar, y se vio que el ejército musulmán no estaba. Durante toda la mañana se creyó que los musulmanes se habían emboscado para dar muerte a sus enemigos, pero lo cierto es que sin su comandante y con escasos recursos por la lejanía de las bases de abastecimiento del sur, se retiraron rumbo a Al-Andalus.

Carlos Martel idealizado en Poitiers
Esta batalla, que fue conocida como la batalla de Poitiers, dio el sobrenombre a Carlos como 'Martel' o 'martillo', por la habilidad y machaconería con la que se enfrentó a sus enemigos, amén del título de 'salvador de la cristiandad'. Pero por encima de esto supuso el final de la expansión árabe por Europa, pues aunque todavía conservaron las bases de Narbona o Toulouse hasta el 758, los musulmanes ya nunca más conquistarían nuevos territorios en Europa. Es el punto de inflexión en el que pasan de ser conquistadores a empezar a ser conquistados, pues en los años venideros llegará Carlomagno (nieto de Carlos Martel, por cierto) con su ejército imperial para hostigar a los musulmanes de Al-Andalus, y vascos, leoneses y astures se atreverán a tirar piedras más grandes a sus enemigos.

Y es que en Poitiers se produjo uno de los acontecimientos más importantes de la Europa medieval. En el común de los historiadores aficionados por fantasear con la Historia siempre está el debate sobre qué hubiese pasado si Carlos Martel hubiera perecido en el combate y no Abderramán. ¿Hasta dónde habrían llegado los sarracenos? ¿Notre Dame tendría una media luna por estandarte en vez de una cruz? ¿nuestra Guerra Civil hubiese sido una especie de primavera árabe? Francamente, son asuntos que me importan un bledo, no soy yo partidario de suponer cosas que ni han pasado ni pasarán nunca, quien se devane los sesos con estos temas, allá él y su tiempo.

Sin embargo, adoro las curiosidades históricas, y como tal ahí va la siguiente: unos 600 años después, en Poitiers, acaeció otra batalla, pero esta vez no se mataron moros y cristianos, sino cristianos entre sí. Durante la Guerra de los Cien Años, en 1356, las tropas inglesas, comandadas por Eduardo, el Príncipe Negro (hijo de Eduardo III) derrotaron a los gabachos, con la consiguiente anexión de media Francia para Inglaterra. Vamos, que la justicia histórica actuó, y los ejércitos franceses de esta época, formados por caballería fundamentalmente, fueron aniquilados en el mismo campo que en 732 la caballería musulmana. Menuda razón tenía Google cuando nos corregía la búsqueda de french military victories, diciéndonos, usted quiso decir french military defeats.

Pero eso es otra historia.


Referencias:


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