sábado, 9 de febrero de 2013

Recomendaciones cinéfilas 2013: Amour


Dicen del director austriaco Michael Haneke que su cine es tremendamente exigente para el espectador. Una puesta en escena de las que quita el hipo por su falta total de escrúpulos, con un realismo exacerbado y buscando explotar lo contrario a lo que uno busca a cambio de pagar y sentarse en una butaca del cine: la incomodidad. La violencia, y no necesariamente en lo literal, de lo que se está hablando convierte al confiado respetable de un instante a otro en un amasijo de sensaciones, no precisamente agradables. Pero, oigan, al fin y al cabo esto es cine, ¿no? Lo que se busca es contar una historia que entretenga, y que además del mero ocio intente aspirar a algo artístico (o por lo menos se supone). Y qué mejor manera de artistear que provocar al que está viendo lo que tú has hecho sentimientos que no gustan.

En Amour aparecen todos los ingredientes del citado director, pero con la pequeña (o grandísima) diferencia, de que aquí se nos pone sentimental, para contar una historia de amor. Bueno, más bien el final de una historia de amor, aunque no es una ruptura ni nada por el estilo. Haneke se sirve de la historia de una pareja de ancianos para realizar un ensayo cinematográfico sobre el qué podemos sentir cuando vemos que un ser querido empieza a decir adiós a este mundo cruel en el que vivimos, y el cómo reaccionar ante tal dura y dramática sensación. Es decir, aborda el amor no desde el punto de vista de los jóvenos, con el florecimiento de los sentimientos bonitos y los gusanillos intestinales, sino analizando de una manera muy intimista el fatídico final que supone para un matrimonio en la senectud el devenir del tiempo.

La escena inicial nos muestra la entrada de los bomberos con ariete en una casa, donde descubren a una anciana cadavérica acostada en su cama y rodeada de flores, como en un funeral. Es decir, de un plumazo conocemos cómo va a acabar el asunto, para así evitar distracciones sobre si acabará la película de tal o cual manera. A partir de ese momento se desarrolla con gran ternura la historia de superación de la pareja, con un relato durísimo pero a la par conmovedor, que atizará al incauto mientras la ve, pero es que parece real lo que se está viendo. Todo ello sin caer en el sentimentalismo fácil, algo muy de agradecer.

En un momento dado, el anciano cuenta a su maltrecha mujer una historieta de sus tiempos mozos: un día vio una película que le gustó bastante, pero cuando le preguntaron por ella al salir del cine y empezó a contarla y a rememorarla, se emocionaba mucho más que en el momento de verla. Cada vez que se acordaba de la película con el transcurso de los años se seguía emocionando, hasta el punto de que se le había olvidado de qué iba la puñetera película, pero la sensación que había tenido viéndola había arraigado en él para siempre. Haneke cuenta este cuentecillo en boca de su personaje mandando un mensaje claro al espectador; del que espera que le pase lo mismo con Amour. Y demontres, que a mi me está pasando.

Almaciguero Mayor

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