miércoles, 16 de enero de 2013

Sebastián I: el rey loco que dio pie a la unificación de España y Portugal

Posible bandera de Iberia. Más fea imposible.

Últimamente con la que nos está cayendo encima se suelen poner ejemplos moralizantes, y qué mejor que compararnos con nuestros vecinos portugueses; que si tienen la prima de riesgo (menudo término para ver qué país es más guay se ha gestado con esto de la crisis y los mercados) más alta, que si nosotros vamos a organizar unos Juegos Olímpicos más chulos que un ocho (y seguramente ruinosos) en 2020 y por eso somos mejores, o que el nivel de su producto nacional (las toallas) se ha reducido drásticamente en las últimas fechas. Lo que sea para dejar bien clarito que por muy mal que vayamos, siempre seremos mejores que ellos. Sólo hace falta ver al Real Madrid y su excesivamente portuguesizada plantilla para dar al traste con todos estas elucubraciones. Portugal nos mola más de lo que creemos.

En vista de estas diatribas entre hispanos y portugueses, dado que las trifulcas verbales que se profesan ambas naciones son prácticamente como el de Murcia que se pelea con el de Albacete, hay gente a ambos lados de la frontera que vería con buenos ojos una unificación de las dos naciones en una sola, como bien demuestra una serie de encuestas realizada conjuntamente por las universidades de Salamanca y Lisboa. Esta línea de pensamiento se denomina iberismo y tuvo su mayor expresión a finales del siglo XIX por parte de políticos hispanos y lusos que pretendían hacer con la Península Ibérica lo mismo que había sucedido en Italia y Alemania con sus respectivas unificaciones. Actualmente y a pesar de las encuestas mencionadas, no hay ninguna propuesta en firme para que se lleve a cabo dicha unión: recordemos que en los tiempos de crisis que estamos viviendo aquí cada uno procura ir a su aire y sálvese quien pueda, están más de moda los indepententismos, federalismos o con el nombre y apellidos que se les quiera dar, que las unificaciones. A pesar de esto siempre ha habido defensores del iberismo, como el creador de las greguerías Ramón Gómez de la Serna, o el hace pocos años fallecido escritor portugués José Saramago (el hombre creó una fundación y todo)

Pues bien, uno de los precedentes directos para que todavía haya algún defensor de la nación ibérica (aparte del muy obvio de que la provincia del Imperio Romano, Hispania, aglutinaba toda la Península Ibérica), se dio allá por 1590, durante el reinado de Felipe II. En Portugal muere a principios de enero el heredero a la corona portuguesa, don Juan. Su hijo Sebastian nace pocas semanas después, pero al quedar huérfano antes de nacer se convirtió en el último eslabón y gran esperanza de la Casa de Avís, que llevaba casi dos siglos reinando en Portugal. Con la muerte de su abuelo el rey Juan III en 1557, heredó la corona a la edad de tan solo tres años. Su madre era Juana de Austria, la hermana de Felipe II, o sea que el monarca español era tío de Sebastián. Juana marchó entonces a Castilla a pasar unos años con su hermano, hecho que dejó a Sebastián sin referentes paternos en su educación, que quedó al cargo de jesuitas y maestros de armas. Así adquirió la mentalidad de un romántico caballero medieval, que gustaba de los textos sagrados, de las espadas y los escudos, y sobre todo con el sueño de acabar en el campo de batalla con infieles sarracenos.

En 1568 al cumplir los 14 años de edad fue coronado rey de Portugal tras la regencia de su tío Enrique el Cardenal. Sus mentores le mostraban jóvenes damiselas europeas con las que contraer matrimonio pero él parecía no estar muy por la labor: sólo tenía en mente como plan de futuro irse de aventuras cristianas de conquista cual Quijote por la Mancha, a fin de derrocar al moro para mayor gloria de Portugal y la cristiandad. Al asumir la corona Sebastián fue reuniendo fuerzas para hacer realidad sus ansias de caballerescas conquistas, pero cuando propuso a su tío Felipe invadir al moro en santa cruzada, este se negó en rotundo y le aconsejó que no acometiese tal locura, que era una empresa abocada al fracaso, consejos ante los cuales el joven rey luso hizo caso omiso. En 1576 ante la petición de ayuda de Muley Ahmed, hermano del sultán de Marruecos Abd al-Malik, que quería recuperar el trono que su hermano le había arrebatado gracias a la ayuda de lod turcod, Sebastián vio la cosa clara. Prometiendo a sus súbditos literalmente el oro y el moro, amén del perdón de Dios eterno, el rey de Portugal convocó la Cruzada para acabar con los enemigos del Papa y de Dios.

Llegamos así a 1578, el rey portugués ha convocado sus huestes, unos 23.000 hombre en total, ávidos de saquear y matar en nombre de la divina providencia. Sin embargo, el panorama que esperaba el joven y temerario rey, que consistía en llegar y besar el santo, fue bien distinto. En Alcazarquivir, cerca de Fez, en Marruecos, esperaba el enemigo musulmán. Según cuentan los anales las fuerzas musulmanas, dirigidas en persona por el sultán Abd al-Malik, doblaban en número al ejército portugués. La batalla se presentaba muy desfavorable para los portugeses, asados debajo de sus corazas y sus cascos, en un terreno que no conocían y muy lejos de casa. Pero el rey Sebastián, creedor de que en la punta de su espada estaba el arma más infalible, o sea, Dios, se lanzó locamente al ataque, y todo su ejército detrás de él. No hubo estrategia, sólo muerte: rápidamente los musulmanes acabaron con el ejército de cristiano, dejando un tremendo reguero de muertos en el combate: todos los portugueses cayeron muertos, heridos o prisioneros, una fuerza formada por la flor y nata de la sociedad portugesa fue completamente aniquilada en Alcazarquivir.

El ejército musulmán acechando a los enemigos cristianos.

Si amplio fue el reguero de don nadies heridos, no menos fue el de personajes ilustres: en el desastre que tuvo lugar perecieron los tres reyes que participaron, tanto Sebastián, como el sultán Ab al-Malik y su hermano depuesto Muley Ahmed., hecho que hizo que la batalla fuese conocida como "Batalla de los tres reyes". Con la muerte del rey en Portugal se declaró la bancarrota pues las arcas no vieron cómo llegaba un triunfante ejército con oro y esclavos a espuertas, sino todo lo contrario, no vieron nada, ni un maravedí a cambio de la gran inversión que supuso la Cruzada. A nivel social se dice que con Alcazarquivir se produjo el luto nacional en Portugal, puesto no había ni una familia que no hubiese mandado a alguien a África, alguien que jamás regresó. Por si fuera poco, la muerte de Sebastián abrió a corto plazo una crisis en la sucesión a la corona Portugesa, ya que fue asumida por el tío y mentor del rey, Enrique el cardenal, pero poco después murió y en Portugal no quedaban descendientes de la Casa de Avís.

Con esta muerte, en 1580 Felipe II, rey de España, se convirtió en sucesor legítimo a la corona portuguesa por sangre: recordemos que era hermano de la madre de Sebastián, y por tanto tío de Sebastián. Sin embargo, reclamó para sí el trono el hijo bastardo del infante Luis (tío ya fallecido de Sebastián), ante lo que Felipe II actuó rápidamente, movilizando los tercios comandados por el temible duque de Alba en dirección Lisboa. En Tomar se reunieron unas cortes para elegir un sucesor a la corona, ante lo que Felipe ordenó a Alba a mantener sitiado el recinto en el que se celebraban hasta que el fallo fuese a su favor. Y así es como Felipe II llegó a ser rey de España y Portugal, unificando ambas naciones, aunque eso sí, Portugal nunca se integró en las costumbres españolas ni mucho menos. El gobierno de las colonias y de la nación se realizaba desde Lisboa pero previo acuerdo con Felipe II y además mantenían fueros a nivel económico, jurídico y militar. Básicamente Portugal se convirtió en Aragón 2.0, pero con jugosas colonias en su haber: Brasil, Islas Azores y puertos comerciales estratégicos en África.

Por último hay que destacar una anécdota: en Portugal se extendió el rumor de que Sebastián nunca murió, puesto que su cuerpo nunca fue encontrado, por lo que algún juglar se inventó una romántica historia, que el día menos pensado llegaría el rey Sebastián acaudillando una gran hueste de portugueses de pro que acabaría con los enemigos de Portugal, devolviéndo la libertad a sus buenas gentes. Los que creían esta fantasía fueron conocidos como sebastianistas, y sinceramente, no me extrañaría un pelo que los seguidores de esta idea se fueran multiplicando poco a poco en la actualidad para reclamar un rey loco como Sebastián, que se funda un dineral en conquistar una utopía y que a cambio no les pise el cuello. Lógicamente, sebastianistas no van a ser ni Mou, ni Cristiano Ronaldo ni Pepe, ni demás calaña moudridista, aunque algún día les llegará su Alcazarquivir particular,  espero que sea en forma de devoración por parte del ministro Arias Cañete, fanático predador de las cosas caducas.

Pero eso es otra historia.




Para saber más:

-Entrevista a José Saramago.

-Poetas en Alcazarquivir, de Ignacio Gracia Noriega.

-La batalla de Alcazarquivir. Pío Moa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte este post

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...