viernes, 24 de enero de 2014

El Scorsese de siempre, pero más salvaje

Por Rafael Belchí


Hablar de Martin Scorsese es referirse a una de las pocas leyendas del cine que siguen vivas, y suerte la nuestra, es un hombre que no conformándose con la mera existencia, sigue en plena forma, entregándonos una película o un documental cada uno o dos años a más tardar, fruto de quien tiene el arte de contar historias como una necesidad imperante que marca su sino. Y por supuesto, a pesar de ser el creador de obras maestras imperdurables como Taxi Driver, Toro Salvaje o Uno de los nuestros, hay veces en las que el sello de calidad marca de la casa se ve resentido, a pesar de la pasión que pone este genial director en todo lo que hace. Ese miedo se hizo realidad para mí en su anterior trabajo, La invención de Hugo, y era algo que inevitablemente tenía en mente ante la visión de El lobo de Wall Street.

En esta película nos habla sobre un tipo que se hizo a sí mismo en el mercado de valores, estafando a pobres al principio y a ricos después, amasando una considerable suma que le permitió llevar una vida de sexo, drogas y lujo. O sea, un fulano que a priori no es simpático. Pero Scorsese nos cuenta esta historia como mejor sabe, al modo de Casino o Uno de los nuestros, con la voz del protagonista ejerciendo de vehículo que nos lleva al espectáculo de su vida, con un lenguaje tan frenético como vertiginoso, donde el culto al exceso es el protagonista. Porque aquí se sustituyen los esbirros de la mafia por rabiosos brokers, los bien entrenados cachorros del lobo, dispuestos a devorar a los palurdos que quieren invertir en Bolsa, y los asesinatos y palizas, por cantidades ingentes de droga, las que permiten a los involucrados en este tinglado ejercer su tarea de la estafa con la mayor de las garantías, o sea, enchufados.

Por si fuera poco, el brillante guión, obra de Terrence Winter, guionista de Los Soprano y creador de la magnífica Boardwalk Empire, tiene bastantes dosis de comedia, pero con un componente negro y bestia que hacía yo siglos que no veía en un cine. Así, transcurren como un rayo las tres horas de película, que te dejan exhausto, pero con un colocón visual y unas ganas de participar en la noria del poderoso caballero, que te hacen sentir como si estuvieras haciendo algo tan necesario como gozosamente malo.

El protagonista absoluto es Leonardo DiCaprio, que con una interpretación magistral, crea un personaje que va a permanecer en nuestras mentes para siempre, demostrando de paso lo que es, uno de los mejores actores del mundo. Está secundado por el tan gracioso como corrosivo Jonah Hill y un Matthew McConaughey que, a sus cuarenta y tantos, quién lo iba a decir, se está convirtiendo en uno de esos actores que merecen el precio de la entrada. Por fin Uno de los nuestros y Casino tienen una continuación de altura, que constata que Scorsese, a sus 71 años, todavía puede contarnos historias en estado de gracia. Dice que está cansado y que seguramente hará dos películas más antes de decir adiós. Si son de la maestría de este lobo, habrá puesto un broche final inmejorable a su carrera.

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