miércoles, 8 de mayo de 2013

Guillermo de Orange y La guerra de Flandes (I)



Recientemente ha tenido lugar un hecho a destacar en Holanda. En la fecha del 30 de abril de 2013, el heredero a la Corona, Guillermo Alejandro, ha accedido al trono neerlandés por la abdicación de su madre, Beatriz. Este señor es además el príncipe de Orange-Nassau, una dinastía que puede sonarnos a chino mandarín por lo lejano, pero que fue fundamental en Holanda, puesto que estos príncipes de Orange lideraron al pueblo en los siglos XVI-XVII hasta conseguir que las provincias holandesas fuesen independientes del Imperio español. Es por eso que el recién coronado rey del país tulipán me sirve de oportunista excusa para hablaros tanto del origen de su dinastía como del conflicto que desataron sus ansias independentistas, que tantos retortijones provocaron a los Austrias.

Nacido en abril de 1533 en Dillenburg, el joven Guillermo se convirtió en terrateniente a la temprana edad de 11 años, puesto que su primo, Príncipe de Orange en ese momento, falleció, luego a manos del mancebo fueron a parar tanto el título de su primo como las tierras, que eran, por cierto, bastante extensas. Sin embargo, un muchacho a los 11 años no posee las facultades necesarias para tener súbditos como Dios manda, así que el chache Carlos V (en esos momentos rey Carlos I de España y Emperador de Alemania) decidió regentar esas propiedades en nombre del zagal hasta que éste tuviese la edad pertinente. Guillermo fue enviado por orden del Emperador a Bruselas a ser instruido en las artes de la guerra, económica, diplomática, idiomática amén de una educación católica con vara de almendro, ya que el mozo era luterano, y ese pensamiento desviado debía ser corregido ipso facto.

Guillermo de Orange
Por esta preocupación tan personal, es de recibo que Carlos V vio en el joven Guillermo un talento natural para la nobleza de la época, y como tal, ascendió en la carrera militar cual espuma champagnera, de manera que en 1551, con 18 años, fue nombrado capitán de caballería, y 4 años después, en 1555, nada más y nada menos que comandante de uno de los ejércitos del Emperador. Ese mismo año Carlos V anuncia su famosa abdicación en favor de su hijo, que sería Felipe II. Según se cuenta, Carlos abdicó sobre el hombro del joven Guillermo, del que advirtió a Felipe, "este joven es de una gran valía, podría convertirse en uno de tus mejores y más valiosos consejeros". Y, en un principio, el nuevo monarca que iba a dirigir los designios de España hizo caso a su padre, nombrando a Guillermo como nuevo estatúder (en cristiano, lugarteniente) de las provincias de Zelanda, Utrecht y Borgoña. De esta manera Guillermo se convirtió en uno de los mandamases de la política holandesa.

Sin embargo, poco iba a durar esta relación pseudoamistosa, puesto que, aunque Guillermo nunca se mostró contrario al rey de España, sí que se enfrentó al modelo de gestión política, religiosa y económica que el Austria ejercía en Flandes

Con la llegada de Felipe II, el asunto religioso especialmente se pone peliagudo, puesto que intenta calmar los brotes calvinistas (protestantes radicales) con medidas salvajes. Nombra gobernadora de Flandes a su hermana Margarita, quien instauró la Inquisición para perseguir las herejías, lo que granjeó el odio de la población, por aquel entonces y en contra de lo que se pueda pensar, mayoritariamente católica. De hecho, el propio Guillermo era luterano, aunque educado en la fe católica, pero defendía la libertad de culto, lo cual chocaba con el pensamiento español.

Además, en el panorama político, los habitantes de Flandes venían de tener un rey cosmopolita, políglota y muy viajante como era Carlos V, quien en su juventud había gobernado ya los Países Bajos. Sin embargo, Felipe II fijó la corte en Madrid y de ahí no se movió prácticamente. Este inmovilismo y pasotismo hicieron a la gente preguntarse quién era ese rey que les ponía esos impuestos tan brutales, no les dejaba practicar la religión que les viniese en gana y encima no se le veía el pelo.

Por último, y como siempre, la economía ejercía un factor fundamental, como en toda rebelión que se precie. En 1566 hubo carestía de alimentos (y por tanto subida del precio de los mismos) en Holanda, debido al cierre del comercio por la guerra entre Dinamarca y Suecia. Y es ahí, mientras el pueblo enferma y muere de hambre, donde se enciende la chispa, se juntan nobles y religiosos para animar a las masas a cortarle el cuello a los españoles, esos déspotas adoradores del Papa de Roma, que tienen la culpa de todos nuestros males. Y así pasó, que ese mismo año, coincidiendo con una subida más del precio de los alimentos, se inició una revuelta iconoclástica con la que se quemaron y destruyeron cientos de imágenes en todo Flandes, pues así lo dispusieron los calvinistas, quienes consideraban que la representación de Cristo iba en contra de los mandamientos (igual que sucede en el Islam con Mahoma, oiga).

El Duque de Alba mandó ejecutar multitudes
El motín, conocido como Asalto a las imágenes, trajo consecuencias inmediatas desde Madrid: Felipe II decidió mandar inmediatamente al Duque de Alba, el militar más terrible y aguerrido de su época, a mediar en el conflicto. Éste, nada más desembarcar, constituyó el Tribunal de los Tumultos, que fue conocido por el pueblo como el Tribunal de la Sangre, a fin de juzgar a todo aquel que había intervenido en la revuelta. Entre los millares de personas que fueron llamadas a ser pasados por la posta, o por lo menos a "declarar", se encontraba Guillermo, quien no acudió y huyó a sus posesiones en Alemania. Estos acontecimientos fueron la antesala directa de la Guerra de Flandes, la que 80 años más tarde acabaría con el reconocimiento de Holanda como nación independiente por parte de España.

Una vez asentado en Nassau, Guillermo conspiró para invadir Flandes y echar a los españoles. Financió a los Mendigos del mar, piratas holandeses, para asaltar las ciudades costeras en manos españolas y sobre todo cortar los suministros que por mar pudiesen llegar. Reclutó un ejército mercenario formado principalmente por alemanes, cuyos planes de invadir Holanda fracasan estrepitosamente, y se alía con los hugonotes (calvinistas franceses que tenían bastante poder en la época).

Sin embargo, en 1568 Guillermo pone un nuevo ejército en manos de su hermano Luis, quien invade la provincia holandesa de Groningen con 4.000 rebeldes, defendida por el Tercio Viejo de Cerdeña, quien cae en una emboscada y sufre una humillante derrota. Algunos supervivientes españoles de la batalla corrieron a los pueblos vecinos a refugiarse donde muchos de ellos recibieron la muerte de manos de los lugareños. Poco después el duque de Alba interceptó al ejército rebelde, reforzado con 6.000 nuevos efectivos, que intentaba tomar Groningen, pero se lo impidió con pequeñas escaramuzas para atraer su atención.

En el transcurso de la que sería la batalla de Jemmingen, el duque de Alba mostró sus grandes habilidades estratégicas, y Luis de Nassau su inferioridad. Éste se refugió en una península entre dos ríos y abrío compuertas y esclusas inundando los campos vecinos, por lo que los españoles tuvieron que avanzar con el agua por las rodillas. Sin embargo, mediante una echada de huevos marca de la casa, 500 hombres consiguieron tomar un puente clave para controlar la península, y que ponía a las tropas de Nassau en jaque. Ante esta situación el comandante rebeldes decidió mandar 4000 hombres a reconquistar el puente, pero los españoles milagrosamente aguantaron los envites de los herejes hasta que llegaron dos tercios de refuerzo, ante lo que los holandeses decidieron huir. Los dos nuevos tercios los persiguen, hasta que llegan a estar a tiro de la artillería holandesa, y detienen su avance. El duque de Alba ahí los deja, para que sirvan de cebo. Luis de Nassau, al ver los dos tercios inoperativos y listos para ser destrozados por su ejército, lanza un ataque total. Sin embargo, antes de decir esta boca es mía, los certeros arcabuceros de los tercios destrozaron las primeras líneas holandesas, con lo que inmediatamente se acojonaron y salieron corriendo, esta vez como si no hubiera un mañana. El ejército español les dio alcance, y con las mismas muerte, y Alba se dispuso a ir hacia las fuerzas de Guillermo de Orange. Con esta batalla da oficialmente comienzo el conflicto de nunca acabar, la causa de muchos de los males de la España Imperial.

Un hecho curioso que nos deja esta batalla fue que, tras la misma, los supervivientes del Tercio Viejo de Cerdeña decidieron tomarse la justicia por su mano, y atacar todos aquellos pueblos que no les dieron cobijo tras su derrota, incendiándolos, saqueándolos y violando a las mujeres. Cuando el Duque de Alba contempla las columnas de humo, ordena la ejecución de todo implicado, pero al ver las cifras, que incluyen prácticamente a todo el tercio, ordena la disolución del mismo, la cual se realiza delante de todo el ejército español. Así, un tercio emblemático se deshace, y no por su derrota en el campo de batalla, sino por su villanía excesiva y su deshonra manifiesta.

Esta es la Flandes de finales del siglo XVI, un hervidero de revueltas, miseria, guerra y malandrinería, en la que pocos hombres tenían claro lo que hacer. De entre estos hombres tenemos al Duque de Alba, cuya solución era disciplina férrea, disciplina férrea, más disciplina férrea y muerte al hereje. El rey disponía y él ejecutaba. Así de simple, cual golpe de remo. Más adelante veremos cómo devienen los acontecimientos en Flandes, uno de los principales escollos para ese gigante que fue la España de la Edad Moderna.

Pero eso será otra historia.

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