miércoles, 5 de diciembre de 2012

La parte de los ángeles: un whisky muy social


Escocia, nos situamos en la actualidad. Últimamente sabemos poco o nada de Escocia, de lo último reseñable el pacto que sin muchos problemas han alcanzado los líderes de Escocia y Reino Unido, Alex Samond y David Cameron, respectivamente, para la convocatoria de un referéndum regionalista, del que ya podrían aprender algunos líderes ibéricos. Pero ya se sabe, esta gente que tiene una prefijada hora del té siempre ha sido más lista que nosotros. Escasas son en general las noticias que nos llegan de la región más nórdica del Reino Unido, como mucho la llegada masiva de hooligans futboleros del Celtic o el Glasgow Rangers ávidos de sangre y alcohol. Ese país en el que el whisky, las faldas y William Wallace son sus mayores señas de identidad, amén del hiperfamoso monstruo del lago Ness, el mayor alimentador de leyendas populares de la zona.

En este marco de relativo desconocimiento nos ha llegado hace poco menos de un mes la nueva película del director británico Ken Loach, titulada "La parte de los ángeles". Loach es un director que toca siempre dos palos, con mayor o menor acierto: el cine social ,como "Riff Raff" (1991) o "Mi nombre es Joe" (1999) y el cine político, como "Tierra y Libertad" (1996), película que trata la Guerra Civil española en clara defensa del bando republicano, y "El viento que agita la cebada" (2006), sobre la Guerra de Independencia irlandesa. En lo que a 'La parte de los ángeles' se refiere, estamos ante una película que parte de un drama social de la clase baja escocesa para llegar a un punto en el que la película adquiere un toque de comedia, pero en ningún momento olvidando lo que se está contando.

La película empieza de la manera más jocosa posible. Contemplamos a un auténtico borracho escocés con botella envuelta de papel en mano, quien más desorientado que un soviético en la Nueva York de la Ley Seca, anda por el andén de la estación de tren de Glasgow. Está a punto de caer a las vías varias veces, y tras numerosas llamadas de atención por megafonía con discusión e insultos incluidos con el locutor, aparece de repente en los juzgados recibiendo una pena de 300 horas de trabajo comunitario por escándalo público. A la vez que es condenado, se nos va presentando a los otros tres personajes que van a ser fundamentales en la trama: una cleptómana, un burlón de los poderes públicos y un pequeñajo matón de barrio que al ser atacado por otro de su misma calaña se sobrepasa con él en defensa propia.

El comienzo es, pues, sublime. De un plumazo, con una sola escena aparatosa y desternillante, sientes que te están enseñando una generación muy actual, la de esa gente que ni estudia ni trabaja, gente de entre 20 y 30 años que engrosan las multitudinarias filas del paro juvenil británico. Personas sin oficio ni beneficio, que sin un objetivo en la vida, simplemente maldicen el presente, desprecian el pasado y no son capaces de ver ni con gafas el futuro que les espera. Un futuro vacío y sin esperanza del que no pueden escapar con toda certeza.

Robbie, el protagonista, es un muchacho con una dura infancia, que ha salido adelante como buenamente ha podido, juntándose siempre con lo peor de Glasgow, como bien denota la cicatriz de supervivencia que lleva en la cara. Lo único que le importa en su vida es su novia embarazada, Leonie, por la que Robbie está dispuesto a cambiar su modo de vida. Aquí es donde se nos plantea la clave de la película: cómo puede una persona de los barrios bajos, cuya vida ha estado dedicada a la pillería y al trapicheo, llegar a tener una segunda oportunidad en la vida, aferrándose a un hijo nonato y a la que es la mujer de su vida. Cómo el amor, la obligación de darle a tu hijo un techo sobre el que vivir y un plato encima de la mesa te hace ver las cosas de un modo diferente. Ya no es tu pellejo el que está en juego en la calle, sino el de una familia.

Obviamente, para una persona de su entorno, que está muy atrapada por su pasado, el poder cambiar de vida es en principio una empresa imposible. La familia de Leonie se opone brutalmente a la relación que mantiene Robbie con ésta, lo que muestra el enorme rechazo social que recibe aquel que se ha criado en un ambiente hostil desde pequeño. Entonces se plantea una cuestión: ¿Hasta qué punto es real o no que nosotros seamos nosotros mismos? Es decir, nuestras vidas se rigen por dónde hemos nacido, por lo que vamos haciendo día a día y lo que el resto de gente interactúa con nosotros, en función de la mejor o peor opinión que tengan sobre uno. Si estas características no son para nada propicias desde que se nace, como es el caso en la película, la marginación social está encima de la mesa. Es cierto que esta gente obra mal, pero parece que nadie se para a pensar que estos actos pordían deberse a las duras condiciones en las que se han criado, pero claro, ¿qué culpa tiene uno de haber nacido en un barrio sin futuro y sin oportunidades? ¿Qué culpa de que su madre sea una prostitua y su padre un drogadicto? El drama encima de la mesa, señores.

En el momento en que Robbie acude a los trabajos comunitarios es donde se hace amigo de los individuos que son condenados como él: un hatajo de fracasados y perdedores que prácticamente no tienen donde caerse muertos, y sin embargo se apoyan los unos a los otros para salir adelante. Además conoce a la persona que cambiará su vida, el coordinador de los trabajos, Harry, quien enseñará a Robbie el whisky y sus propiedades. Tras ser invitado por Harry a ir a una destilería del mágico brebaje junto con el resto de la cuadrilla, Robbie empezará a estudiar los diferentes tipos de whisky, aferrándose al conocimiento profesional de esta bebida como si fuera su última oportunidad de ser una persona de provecho y centrada. Es justo a partir de aquí cuando los protagonistas empiezan a sentirse personas de verdad, bromean, se ríen de las situaciones absurdas en las que se desenvuelven y le dan una pizca de gracia a sus miserables vidas.


Como el whisky es parte fundamental en esta historia de perdedores, los cuales gracias a su interés por el mismo logran superar el drama en el que viven día a día, vamos a hablar un poco de este manjar de las bebidas, que se erige como droga y golosina de gentes muy variopintas, principalmente en los gremios musical y actoral, entre otros. Sin ir más lejos, el mítico Humphrey Bogart dijo: "Nunca debí cambiar el whisky escocés por los Martini". Sobre la pareja de de los Burton (Elisabeth Taylor y Richard Burton) se llegó a decir :"Aquí estuvieron los Burton: Richard, Liz y una caja de whisky". Whisky al servicio del espectáculo, nunca mejor dicho.

Pues bien, el propio título de la película es una alusión directa a la formación del whisky en barricas de madera, ya que la "parte de los ángeles" es un término que se le da al dos o tres por ciento que se evapora durante el proceso de tomar el sabor y color de la madera. Es lo que otorga la belleza y el misterio a esta bebida, como una parte intocable e intangible, una pérdida sin la cual el whisky no podría coger el sabor correcto de la madera. Una preciosa metáfora, es la parte que los ángeles se llevan al cielo y que los simples mortales no podemos catar, banqueros incluidos.

Si de topicazos escoceses va el tema, llegado cierto momento de la película, como bien se puede apreciar en las fotografías más emblemáticas del film, los cuatro protagonistas aparecen con atuendo 'typical scottish', esto es, con un kilt, la típica falda escocesa. Y no sólo eso, sino que se meten una buena peregrinación por las Tierras Altas o Highlands con este curioso atuendo y al son del 'I'm gonna be' de The Proclaimers. Este viaje es lo que les lleva a tener un objetivo en la vida, supone que toman el rumbo de sus miserables vidas, con un burdo pero gracioso humor escocés. Se avituallan con kilts porque esta vestimenta es la única que podría vestir el más opulento magnate escocés, como el más pobre pastor de ovejas. Así, el kilt se constituye como un símbolo nacional que permite igualar a los de diferente clase social.

 
Cultura escocesa aparte, esta película, si bien no va a ser ni mucho menos de las grandes del año, aunque se llevó el Premio Especial del Jurado en Cannes, para mí es una película que enseña importantes valores como la superación de aquellos que viven en la miseria, de las segundas oportunidades que se le brindan a las personas, y de cómo, por qué no, pueden ser incluso aprovechadas si se aprovechan los recursos y habilidades que tenemos al alcance de la mano. Básicamente, que con superación y voluntad, todo se puede. De hecho, se merece una mención aparte el actor protagonista de la película, el desconocido Paul Brannigan, un actor semiprofesional  que tiene, al igual que el personaje que interpreta, un pasado de violencia y callejerismo. Le ha venido el papel como anillo al dedo al muchacho.

De hecho, Ken Loach suele contar para sus películas con actores no profesionales, pues según dice, con este tipo de personas se consiguen historias mucho más cercanas y verídicas, y no se queda lejos en sus declaraciones, pues el film está perfectamente interpretado por actores escoceses desconocidos, entre otros William Ruane o Gary Maitland, que, en efecto, dotan a la película de un realismo y una espontaneidad, tanto en gestos graciosos como en momentos dramáticos, que no hubiesen sido iguales con las típicas caras que todos conocemos. Aquí no sacan a gente preciosa y con hipotecas destinadas a corporación dermoestética, sino a personas normales y corrientes.

En definitiva, 'La parte de los ángeles' es una película muy recomendable, que me recordó en varios tramos a la excelente 'Full Monty', un drama social hecho con sentido del humor, muy entretenida para pasar el rato mientras nos cuentan una historia sobre eternos perdedores, talentos desperdiciados, y de paso nos llevan un poco a la reflexión de por qué este mundo está tan dividido. Los puteados son siempre los mismos, al igual que los puteantes, pero no olvidemos que siempre hay gente que sobresale de la inmundicia entre su fe y valores, y esta gente, al igual que ocurre con la evaporación del whisky, parecen estar guiados por verdaderos ángeles.

Por cierto, para el que quiera conocer más acerca de la cultura escocesa, le dejo aquí una referencia audiovisual de los geniales Monty Python. Sin duda, un edificante vídeo en el que se nos explica cómo un ciudadano de a pie puede convertirse en escocés, rayos de OVNI mediante.

Pero eso es otra historia.

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