miércoles, 29 de enero de 2014

Naumaquias, el hundir la flota de los emperadores romanos

Por Almaciguero Mayor


La cultura romana no era un asunto baladí. Entre los múltiples avances que les tenemos que agradecer se encuentran los acueductos, los puentes, el alcantarillado, el vino, las esclavas, la paz... Y no nos pongamos a insultar con malos desesos de fornicies pescatiles como en La vida de Brian, porque esta civilización consiguió armar la primera Unión Europea, de un modo férreo sin necesidad de recurrir a los mercados y esos aparatos capitalistas. Los romanos subyugaban al vecino de turno con la ley del pase por la piedra para seguir con la del látigo y los jugosos beneficios que éste traía. Aunque muchos de los esclavos obtenidos se utilizaban para la minería, el campo o como  meros sustitutos de bueyes, un selecto grupo eran, por llamarlos de algún modo, "privilegiados". Tenían el "honor" de poder servir al mismísimo emperador arrancándole los higadillos al enemigo: eran los conocidos gladiadores.

Todos tenemos una idea bastante aproximada de lo que era un gladiador en los tiempos de la Roma Imperial. Ni más ni menos que un mozalbete musculoso, armado con una gladius o espada corta más escudo pequeño, o bien con un tridente y red, es decir, la gente que hemos visto mil veces y con más o menos fortuna llevados al cine. Por poner dos ejemplos en condiciones, ahí tenemos al Russell Crowe de Gladiator o al Kirk Douglas de Espartaco. Y casi más conocida que la indumentaria de estos individuos es la frase en latín "Ave, Caesar, morituri te salutant". Es decir, "Ave, César, los que van a morir te saludan". Esta tradicional frase lapidaria del latin, prima hermana del Veni, vidi Vinci o el Alea Jacta Est no es más que eso, una tradición oral que los siglos le han impuesto a estos aguerridos luchadores, y que no corresponde exactamente a estos combatientes, sino a los partícipes de los grandilocuentes y terribles espectáculos que fueron las naumaquias.

Vista aérea de una naumaquia en Roma.
Una naumaquia era un combate naval organizado en un coliseo o recinto que pudiese albergar una gran piscina requerida para la exigencia del evento (lugar que también recibía el nombre de naumaquia). Surgen como broche de oro a la política que llevaban los emperadores romanos, y antes los senadores republicanos, de regalar al pueblo espectáculos frenéticos como las carreras de cuádrigas, desternillantes y obscenos como el teatro, o violentos como los combates de gladiadores. Era el concepto de opio del pueblo llevado a su máximo exponente, con barcos involucrados si no del mismo tamaño que los reales, bastante similares. Así, unos cuantos, y a veces decenas de birremes, trirremes y cuatrirremes (galeras con dos, tres y hasta cuatro hileras de remeros, respectivamente) se enfrentaban en las enormes piscinas que se creaban para la ocasión, convirtiéndose incluso en espectáculos culturales, pues las batallas que se representaban eran a veces ejemplos reales como la batalla de Salamina del 480 a.C. en la que los griegos dieron para el pelo a los persas, que tuvieron que renunciar a la conquista de Grecia durante la Segunda Guerra Médica (la podremos ver en la película 300: El origen de un imperio).

La primera naumaquia se atribuye, cómo no, al que fue el principal artífice del Imperio Romano, Cayo Julio César, quien en el año 46 a.C. , para celebrar su triunfo sobre la Galia y Egipto decidió construir en el Campo de Marte un lago artificial, en el que dispuso 1000 combatientes y 2000 remeros en cada flota, la inmensa mayoría reclutados de los prisioneros de guerra obtenidos en sus conquistas. Tal fue la expectación, que mucha gente tuvo que dormir en la calle y algunos murieron aplastados por la aglomeración, que no quería quedarse fuera del acontecimiento de sus vidas.

En el año 40 a.C. tuvo lugar la única naumaquia realizada en el mar. Fue en el Estrecho de Messina, realizada por el hijo menor de Pompeyo, Sexto, que tras haber vencido en batalla a Octavio, el ahijado de un Julio César ya muerto, obligó a participar a todos los prisioneros de la reciente batalla a combatir entre sí, consiguiendo así minar la ya de por sí maltrecha moral de los soldados de Octavio. Más tarde, siendo éste ya el archiconocido emperador Augusto, construyó la primera naumaquia estable en el año 2 d.C., cerca de los jardines de César, con una superficie de un par de campos de fútbol, alimentada por un caudal diario de 24000 metros cúbicos. En su inauguración fue cuando se representó la anteriormente mencionada Batalla de Salamina, para la que se utilizaron 3000 combatientes sin contar los remeros.

Naumaquia en plena refriega.
Pero la más grande de las naumaquias fue sin duda la organizada por el emperador Claudio, amante de lo exótico, en el año 52 d.C., que reunió a 50 navíos por bando, a un lado Sicilia y al otro Rodas, con un total de 19000 efectivos armados hasta los dientes y dispuestos a vender caro su pellejo. Si bien las anteriores a ésta se centraron más en el simple choque de barcos y la sangría correspondiente a los abordajes, en la naumaquia de Claudio hubo bastante más capacidad de maniobra de los navíos, por lo que seguramente sería la que más se asemejó a una batalla de verdad.

Con Nerón se introducen las naumaquias en anfiteatros, es decir, que ahora podían tener lugar espectáculos combinados. Si en el año 57 se inauguró un anfiteatro de madera realizado para este fin, en el 64, tras una venatio (espectáculo de lucha entre animales), se introdujo en el escenario una gran cantidad de agua para representar una naumaquia, y acto seguido se continuó con peleas de gladiadores, una minibatalla de ejércitos y como punto final un gran banquete. Las naumaquias eran ya un evento común, y como tal, es de recibo preguntarse cuándo empezaron a representarse en el Coliseo de Roma. Fue el emperador Tito, con quien se finalizó la gran obra iniciada por Vespasiano, quien representó dos naumaquias, con el combate entre corintios y feacios, que puso en liza a 3000 combatientes en las aguas del Coliseo. A pesar de ello, las naumaquias empezaron a no ser tan del interés del público, ya que no podían ser tan grandiosas como las anteriores, pues la superficie inundable del Coliseo era limitada. Poco después de las naumaquias de Tito se puso en marcha la construcción de las habitaciones de servicio que hay justo debajo de la arena, y que son visitables actualmente. Este hecho imposibilitó que se pudiera inundar de nuevo el Coliseo, y por tanto, realizarse en él nuevas naumaquias.

De este modo llegamos al final de este curioso espectáculo que, como tantos otros servía para saciar tanto la sed de sangre como el ansia de ver cosas insólitas para el común de los mortales. Pero como el ser humano no se cansa de las cosas que le gusta, monarcas o emperadores de grandes ambiciones hicieron este tipo de espectáculos para ganarse al pueblo, por ejemplo Enrique II de Francia en 1550 (el de "París bien vale una misa") o el mismísimo Napoleón en Milán para regalarse un pequeño homenaje marca de la casa. El supuesto sustituto de este evento sería en la actualidad... ¿el fútbol? No lo sé, pero bien que estaría que se organizara una naumaquia de estas con los periodistas de debate que aparecen en la sexta noche, en intereconomía o 13 tv y los políticos a los que defienden despedazándose en aguas infestadas de cocodrilos sedientos de sangre. Porque un deporte así bien merecería nuestra mirada hacia otro lado en temas de corrupción. Sería un acto plenamente justificado.

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