miércoles, 11 de diciembre de 2013

Julián Grimau, el verdadero símbolo (para mal) de la Transición


Días son estos de homenajear aquello que tanto quieren algunos (o muchos), ese conjunto de papel que supuestamente garantiza el derecho a una vivienda digna, al trabajo y a una remuneración dentro de lo que marca la lógica, o sea, para mantenerte a tí y a los tuyos. No me estoy refiriendo al Evangelio según San Mateo, sino a la Constitución, el gran engaño de nuestra Historia Contemporánea, en el que todos los partidos (salvo los predecesores de los que ahora tanto la defienden tal y como está) se dieron la manita. A cambio de salvaguardar un escaño/sueldo que te cagas de por vida, a costa del contribuyente, claro está. Lo mejor de todo es que ahora hablan PP y PSOE de reformarla, a hurtadillas, ya lo del consenso con el resto ni se plantea. Objetivo, el mismo que hace 35 años: pillar cacho, y no de carne precisamente, sino de billetes lilas. Pero centrándonos en la Transición, una de las barbaries que venían en el pack constituyente era olvidar todo lo acontecido durante el franquismo y la Guerra Civil, como si no hubiera ocurrido. Un caso notorio, por su cercanía, fue mirar para otro lado en la polémica condena a muerte del comunista Julián Grimau en 1963.

Grimau fue un líder comunista, que ingresó en el PCE al poco de estallar la Guerra Civil, cuyo papel en la misma no está muy claro, salvo que fue nombrado policía del partido, y por tanto, se dedicaría a encerrar a todos los enemigos trotskistas del POUM (el partido comunista antiestalinista, es decir, antiPCE), pues pasó la guerra en Barcelona, donde se produjo la pugna entre comunistas. Más tarde tuvo que exiliarse, si no quería caer en manos de Franco. En 1954 se convirtió en uno de los líderes del PCE en el exilio, y en 1959 tuvo que venir a España a codirigir el partido, sustituyendo al encarcelado Simón Sánchez Montero. Ni que decir queda que su papel era clandestino, al estar el partido comunista ilegalizado, y sus miembros, en busca y captura por el régimen.

En noviembre de 1962 Grimau fue delatado por su contacto, Francisco Lara, en un autobús en el que viajaban sólo él y dos agentes gubernamentales de incógnito, que lo detuvieron y trasladaron inmediatamente a la Dirección General de la Puerta del Sol, desde cuyo segundo piso, durante el interrogatorio, fue defenestrado, con las lesiones en muñecas y cráneo consecuentes de tal caída. Así se las gastaban los esbirros de Franco cuando la situación lo "exigía", y por supuesto, el más tarde fundador del democratiquísimo partido Alianza Popular, Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo en la época, declaró que el preso "se había tirado por la ventana inexplicablemente", no que los suyos lo tirasen, hartos de torturar.

Tras tales humillaciones, a Grimau se le imputó no su militancia clandestina en el PCE, que le hubiera acarreado una buena época en el trullo, sino que se buscó cualquier pretexto sobre su pasado, que el Gobierno no tenía muy claro, para poder fusilarlo y dar ejemplo a los malditos comunistas de que si seguían echándoles pulsos a Franco, se iban a enterar de lo que valía un peine. Así que fue acusado por su trabajo policial durante la Guerra Civil, actividad que era calificada como rebelión militar, y con la que se encausó y ajustició a unos cuantos centenares del bando republicano tras la guerra. Pero al haber pasado más de 25 años de este ejercicio, el delito había prescrito, por lo que tenían que probar que se trataba de un delito continuado, así que se acogieron a la supuesta participación de Grimau en una checa (centro de detención político soviético) en Barcelona, en la plaza de Berenguer el Grande.

Y llegamos al juicio sumarísimo, que se celebró el 18 de abril de 1963, con irregularidades por doquier. Los testigos que presentó el régimen no eran tal, sino que tan sólo conocían los supuestos crímenes de oídas, y no sólo eso, sino, como un año más tarde se demostró, el fiscal que llevaba el caso, Manuel Fernández Martín, ni siquiera tenía el título de Derecho, pertenecía a esta casta de gente que decía: "en la guerra se quemaron mis títulos". El abogado defensor (este otro sí con los papeles en regla) fracasó en su intento de ejercer dignamente, pues el juicio estaba visto para sentencia desde que cogieron a Grimau, nadie le iba a librar de la sentencia de muerte.

El proceso fue seguido desde el extranjero, visto con lógicos ojos de sospecha por la opinión pública internacional, que lo calificó de farsa. Desde el extranjero se pidió la conmutación de esa condena de muerte por una pena de prisión, llegando a Madrid unos 800.000 telegramas pidiendo clemencia para Grimau, entre ellos de el Papa, Aldo Moro, Nikita Kruschev y JFK, entre otros. Para tranquilizar a las masas Manuel Fraga dedicó una campaña publicitaria al asunto, con unos folletos explicativos de los crímenes de Grimau y defendiendo la labor del gobierno que representaba. La opinión de Franco, cómo no, es que lo que se decía en el extranjero no era más que "una conspiración masónico-izquierdista con la clase política".

El Consejo de Ministros se reunió el día siguiente del juicio, el 19 de abril, para sopesar si había o no que ajusticiar a Grimau. De los 17 ministros, todos votaron a favor de la ejecución del reo, aunque dos de ellos, Fernando Castiella, de exteriores, y Vicente Fernández Bascarán, de Gobernación en funciones aquel día, se opusieron en un principio, pues consideraban que las relaciones internacionales de España con el amigo americano y demás podían verse seriamente afectadas. 

Finalmente, en la madrugada del 20 de abril fue mandado al paredón. Tanto la Guardia Civil, que debía realizar el fusilamiento, como el capitán general de Madrid, se negaron a que militares de carrera integraran el pelotón de fusilamiento. Entonces Franco ordenó que lo formaran jóvenes reclutas de reemplazo y sin experiencia, que a la orden dispararon 27 balazos, sin conseguir acabar con la vida de Julián Grimau. El teniente que les mandaba tuvo que rematar al reo herido de dos disparos en la cabeza. Así falleció la última víctima franquista por la Guerra Civil.

Lo curioso y también escabroso del asunto, es lo que, poco más de una década después, la modélica Transición hizo con la memoria de Julián Grimau. Normal hubiese sido, aunque fuese por respeto y decencia, haber encausado a todos los malnacidos que se cepillaron a él y tantos otros, entre ellos, por supuesto, a Manuel Fraga, que luego tanto se las daba de demócrata, pero encarnaba a la España rancia, intolerante y católica. Pero no sólo le voy a meter un hachazo a Fraga y a los franquistas, porque si miramos qué hizo el PCE, en qué términos aceptó lo de entrar en la regla del juego democrático y de la "libertad", su líder Santiago Carrillo, agachó la cabeza, y como (casi) todos en este país, decidió olvidar todo lo que había ocurrido antes del año 1975, lógicamente porque si alguien se pone a investigar crímenes de guerra y tal, igual le cae una condena a él. 

Y luego, como cuentan por ahí, los políticos de hace 40 años eran tíos de primera, con las ideas claras, y se podían tomar tranquilamente cafés en el congreso, no como ahora, lo cual es de las tonterías más grandes que servidor ha oido/leído por ahí, porque los de ahora hacen lo mismo. ¿Qué es lo que ocurre? Que han pasado los años y esta gente, en vez de tener las manos manchadas de sangre, las tiene ansiosas de meter la mano en la caja, o de pisar al de al lado aunque sea más válido que él, no sea que le quite el puesto y las suculentas dietas. Vamos, que se han profesionalizado, y esto es lo que pasa cuando todos pensaron que con la Constitución de 1978 y el referéndum que la apoyó, todo estaba hecho, que ya no se podía progresar más. Y por eso tenemos los políticos que nos merecemos hoy en día, que rescatan bancos y no a la gente deshauciada, que van con la Selección Española de fútbol para abanderarla como la panacea nacional, que nos roban en la cara y no lo admiten ni lo admitirán, que se dejan gobernar por Europa y que se echan la foto con las víctimas de ETA mientras que cuando salen las de la Guerra Civil sólo les falta reírse. Que, como bien dice Julio Anguita, se están pasando por la piedra esa Constitución que les legitima, día tras día.

Por Almaciguero Mayor

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